jueves, 13 de abril de 2023

El discurso detrás de una mirada

 



Ensayo reflexivo sobre el libro  "Viajando al sur desde el estrecho de Magallanes" de Rockwell Kent
HEMANY




Foto de la portada tomada por Hema'ny Molina


Es imposible no sentir emoción cada vez que conozco testimonios de primera fuente sobre el paisaje de Tierra del Fuego, es como tener la oportunidad de recorrerlos, vivirlos y sentirlos como si me trasladara a una dimensión desconocida en mi ser, que voy descubriendo a medida que avanzo en la lectura. 

En la bitácora de Kent vi tantos detalles escondidos, su intención de cumplir metas personales muy ambiciosas, su miedo de terminar siendo la cena de algún aborigen y, casi como un chiste, lo repite más de una vez, al punto de llegar a sentir algún grado de decepción por no haber encontrado a estos seres que seguramente conoció en relatos fantásticos de algún sobreviviente de expediciones anteriores, algún soñador que ensalzó la historia de sus hazañas en estas tierras indómitas en donde los aborígenes se comen a los intrusos. 

Llego a imaginar su desazón y a la vez vislumbro entrelíneas, escondida, casi imperceptible, esa naturaleza emprendedora ¿Podríamos pensar que el primer emprendimiento turístico de la Tierra del Fuego fue la gran atracción de ir a ver a estos seres antropófagos? Duro de analizar. Quizás para muchos, el afán fue ir a estudiar la zona y sus habitantes, si lograban encontrar alguno, ya que, para esta época, el genocidio ya había recorrido y devastado el territorio en el tiempo y, aunque seguía en forma solapada y vestido de influencias económicas y políticas e intereses académicos, continuaba azotando a los primeros habitantes que a estas alturas ya estaban mezclados, producto de tanta violación. Pero la continuidad seguía resistiendo, en silencio y a escondidas.

 El genocidio no es un tema que en esta obra se aprecie directamente, sin embargo, se retratan claramente algunas imágenes de sus consecuencias. En un lapso de poco más de veinte años, el destino de los habitantes de Tierra del Fuego se definió de la forma más severa: fueron masacrados para literalmente limpiar el territorio y así dar paso a la industria ganadera ovina que llegó para quedarse, amparada por los estados de Chile y Argentina que permitieron estos actos inhumanos. 

Siempre quedará la duda en mi corazón sobre cuál era la gran motivación de Kent para querer encontrar con tanto afán a estos antropófagos, ¿solo verlos con sus propios ojos? ¿Estudiar - los? ¿Solo satisfacer a su intrépido espíritu aventurero y sortear ese peligro dejando el registro en su bitácora de vida plasma - da una gran aventura? ¿Qué habría pensado Darwin si hubiese acompañado a Kent en este viaje? ¿Habría sentido la misma decepción, o se habría inundado de culpa por haber marcado de esa manera a toda la población indígena, solo por una primera impresión? 

Kent, al parecer, sintió la gran necesidad de encontrar a estos seres. Muchos los buscaron con esa clásica curiosidad mezclada de un toque de morbo… Llegar a las tierras más australes del mundo, literalmente al fin del mundo y no encontrar a los bárbaros descritos en los rumores y cuentos de aventureros que describían a gigantes salvajes, buscarlos y no encontrarlos, debió ser frustrante. 

Tan salvaje era descrito el paisaje y el panorama que muchos llegaron para demostrar que podían enfrentar el reto y, sin embargo, cada palmo de este recorrido estuvo marcado y guiado por el descubrimiento personal de parajes fantásticos, dignos de cuentos, en donde la presencia del hombre es casi una intromisión insolente. Esta exuberante vegetación y la abundancia de vida más allá de lo humano marcó su memoria ya que, lejos de encontrar hostilidad, encontró la magia de la naturaleza en su máxima expresión de libertad, esa que a veces se confunde con leyendas, con mitos y que queda plasmada en la retina y el corazón, ¿Serían ciertas tantas historias que rondan entre la espesa vegetación, que hablan de ritualidades, de danzas y de chamanes? Queda esa sensación flotando en los sentidos, ¿hasta qué punto fue realidad? ¿Qué hay de cierto en esta suerte de apariciones que conectaban a estos hombres, mujeres y niños con las estrellas, con la esencia del bosque, de su vegetación e incluso con los animales que alguna vez, hace miles de años en el principio, fueron ancestros que quisieron ser parte del todo, dando paso a las aves, los guanacos, los ríos y las montañas? Cuando todos estos aspectos tan diversos se combinan y no se tiene el verdadero sentido de cómo transmitirlos, normalmente pasa el concepto a lo sobrenatural, a lo mágico. 

Entre canales y orillas peligrosas debió imaginarse cómo eran sus habitantes, cómo habrían vivido, cómo habrían sido en ese estado natural e indómito en el que los seres humanos y no humanos con la naturaleza eran uno y en conjunto se confundían en el paisaje. Sin embargo, sus expectativas dieron un brusco vuelco en la isla de Wickham donde por fin cumplió su sueño al encontrar a una familia “salvaje”. Un sueño que se diluyó lentamente: nunca imaginó cuán diferente era la realidad y esa aventura que buscaba se volvía a alejar. Chocaba en cambio, de frente con el resultado de la intervención del “progreso”. Aquella familia “autóctona” ya estaba visiblemente “colonizada”, al llevar parte de ropajes que, aunque sucios y raídos, le daban un toque de modernidad en medio del indómito paisaje. Para su desazón, no eran caníbales y lejos de correr peligro sus vidas, la escena le mostró más bien una realidad distinta: los pocos habitantes que quedaban dependían de ropas y comida introducida por el colono, ya no existía la forma de vida natural que les había permitido vivir ahí por miles de años. La nueva vida introducida violentamente aparece, ante la mirada de quien no conoció la riqueza de estos pueblos, como un intento de sobrevivir de una forma precaria a juicio de quien tiene el concepto de riqueza aso - ciado con el poder y lo material. ¿Puede sentirse pobre alguien que no conoce la riqueza material? Kent parece incluso llegar a preguntarse si más bien alguna vez lo habían sido. Esas perso - nas eran capaces de entender y comunicarse para pedir y eran hospitalarios. Sin palabra alguna, sin mayor expresión, solo una mirada intensa y profunda pareció bastar para que este hombre ni siquiera quiera dar espacio a su gran relato para describir el sentimiento que en ese momento debió inundarle, más bien pre - firió describir el lugar, resaltar lo que a juicio de la modernidad es sucio o impropio, pero entre estas descripciones hay un mensaje claro y fuerte sobre el impacto que causó este encuentro y que termina pasando casi inadvertido. Pareciera ser que el tiempo se detiene en ese momento y que el juicio de lo precario o pobre, o sucio persigue hasta el día de hoy a los indígenas, y aunque en la escena parece no tener importancia, el choque de culturas en la que, la más fuerte, parece ser la más débil, la que es arrastrada y derrumbada, sin duda que es la que más impresiona justamente por la fortaleza que aparece entrelíneas en las miradas y en la persistencia a no desaparecer, a mantenerse aunque sea oculta entre los pequeños espacios luchando por no perecer. Nunca pensó que lejos de encontrar lo que buscaba se iría de aquel lugar impregnado de la mirada de una mujer. 

La verdadera dignidad es una gracia del espíritu que trasciende toda limitación de edad, raza, nacimiento y oportunidad; es conferida, por decirlo así, por la bondad universal y amorosa de Dios, como una prueba de la existencia de aquel orden noble de seres que, respetándose a sí mismos y reverenciando lo desconocido, han conseguido la madurez en su interior . 

¿Qué habrá trasmitido esa mirada al corazón de Kent? ¿Habrá entendido el mensaje? Más bien pareciera que él mismo se sintió reducido ante esa mirada, que fue él quien se sintió pequeño e invisible. 

Desde la distancia del tiempo en que más de cien años no pueden borrar una mirada, simplemente intuyo que esa mirada es la misma que hoy en día inunda a las mujeres kawésqar, yaganes y selk’nam. Es la mirada de la pregunta sin respuesta, de la desazón de sentirse extranjeras en su propio hogar y de saber que un par de botones no reemplazan las enseñanzas de los antiguos. 


Foto de Kent tomada desde la web



Debió ser la misma mirada desoladora de aquellas niñas y mujeres que tenían que servir las bandejas y cuidar de los niños en las fiestas de los colonos pudientes, las que miraban mudas y sin entender lo que es la navidad, o por qué simplemente debían quedarse en un solo lugar al servicio de los intrusos. La simple mirada de una mujer que parece invisible a los ojos de estos marineros, solo la nombra como parte del paisaje pintoresco y diluyéndose en el relato, pero ahí en este pequeño párrafo en que destaca su mirada, la veo de pie absorta, inundada en tristeza y añoranza de un pasado que apenas estaba a la vuelta de la esquina, del ayer en que la paz y la felicidad habitual fueron teñidas de sangre y dolor. El espejo del alma está en los ojos y las palabras del corazón se traducen en una mirada… Aun con tanta razón para odiar, no había odio, ni pasión, ni desprecio, solo vacío, el vacío que entrega la angustia de saberse ultrajada, no solo en el cuerpo, también el corazón, las tradiciones, el territorio. Ver a sus hombres mancillados, rendidos e impotentes ante estos extraños con pelos en el cuerpo, con palabras incomprensibles con ademanes prepotentes y con el vicio de la ambición, reclamando todo lo que tocaban como pertenencia. Mirando en silencio aprendieron a ser serviles y a besar una cruz que no significaba nada y, aun así, seguía en silencio sin reclamaciones ni desprecio, solo el silencio y el vacío de su mirada ya era en sí un grito aberrante ensordecedor de almas que se ahogan en la impotencia de entender que ya no hay vuelta atrás. 

Esa despedida debió doler, pero quedó allí en un par de líneas en un cuaderno en el que quedó escrita una reflexión… 

 Debe ser muy fina la capa de barniz sobre el sustrato profundo de humanidad de nuestra cultura, como para que, a través del deseo o de circunstancias, los hombres puedan revertir diez mil años tan fácilmente. 

Aun con esta reflexión en la mente, el corazón y en la bitácora… se marchó en silencio sin terminar de entender la mirada profunda silente y aparentemente vacía de una mujer.

                                                                          

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